viernes, 5 de septiembre de 2014

Divine



Cuando alguien fallece mientras duerme, las señoras dicen que se fue en el sueño. Sin embargo, nadie nos ha enseñado cómo nombrar la muerte del que muere quemado. Nadie nos ha enseñado a nominar el dolor del que muere calcinado, ahogándose con el humo en un inmueble que arde incandescente en medio de la ciudad.

El 4 de septiembre de 1993, la Discoteque Divine, una reconocida disco cola del puerto, se incendió iluminando tristemente la noche de un Valparaíso gris. El incendio se produjo cerca de las 3:30 de la madrugada, consumiendo la vida de unas veinte personas. No sabemos cuántas con exactitud porque no existen registros oficiales (porque nunca nos quisieron entregar esa información, porque a nadie le importa que los colas se mueran), pero sí sabemos que este hecho funesto no fue accidental. Porque como escribió la maravillosa Pedro Lemebel alguna vez, “aunque la policía asegura que todo fue por un cortocircuito eléctrico, la música y las luces nunca se apagaron”. El incendio de la Divine fue un atentado homofóbico, un hecho de violencia descarnada en un Chile que ya no tenía a Pinochet en el gobierno pero que lo había incubado durante diecisiete años en lo más profundo de sus entrañas. Nada se supo de los culpables, y el caso se cerró pasando a engrosar la lista de papeles de algún archivo judicial desconocido y polvoriento.

Han pasado veintiún años desde el hecho y todo sigue igual. Llega un nuevo 4 de septiembre y la anhelada justicia todavía no llega. Utópico es esperar justicia en un país controlado política y económicamente por la derecha. La izquierda, entretanto, conmemora hoy la llegada de la Unidad Popular al gobierno mientras le hace asco (en silencio, entre cuatro paredes porque es feo hacerlo en público) a los maricones vivos y a los maricones muertos. Así, el ciclo de violencia hacia las personas no heterosexuales continúa.

Sin embargo, esas colas anónimas a las que nunca conocimos, esas colas que pudieron haber sido nuestras amigas, nuestras hermanas, nuestras primas, permanecen de una u otra manera en nuestra memoria. Permanecen bellas, altivas, danzando en medio del fuego. Porque los muertos de la Divine, nuestros muertos, se fueron en el baile. Porque el baile es alegría, y la alegría es rebeldía. Y el brillo de la Divine en llamas en la noche del 4 de septiembre de 1993 es el brillo de cada una de esas compañeras caídas que, quizás sin saberlo, fueron rebeldes porque luchaban por ser felices. Es por eso que nuestra lucha, en memoria de todas nuestras compañeras caídas a lo largo de la historia, es la lucha por ser felices.


Incendio de la Discoteque Divine - Valparaíso, 4 de septiembre de 1993.

viernes, 17 de enero de 2014

"Soñé que mi cuerpo envejecía tanto que teniendo veintitrés años la gente pensaba que tenía cuarenta."

Alejandra Pizarnik. 

domingo, 5 de enero de 2014

El Luis

(A ratos pienso que deberíamos acabar con las universidades, pero después de meditar un poco se me pasa lo insu. Con todas las contradicciones que encierra ese espacio, a la universidad le agradezco dos cosas muy importantes: en primer lugar, me dio una formación teórica y política que hasta antes de entrar yo no tenía, y en segundo lugar, me hizo conocer a algunas de las personas más importantes de mi vida. Esta historia es –un poquito– sobre ambas cosas.)


Con el Luis nos conocimos en el año 2009 en la Facultad de Filosofía. Estudiábamos distintas carreras, pero teníamos algunas personas en común y compartíamos un curso sobre la cultura sefardita. A esto hay que agregar, en honor a la verdad, que nos habíamos mirado de reojo en varias oportunidades en los pasillos de la facultad y en las clases, en una suerte de joteo sutil y adolescente, como suelen hacer los maricones inexpertos o trancados. A raíz de esto, un día nos agregamos a Facebook y comenzamos a hablar a través de ese medio, que resultó ser algo así como nuestro Messenger personal, reactualizando de una u otra forma nuestro pasado de tribus urbanas.
Reconozco haberme puesto sumamente nervioso la primera vez que hablamos en persona, que –si no me equivoco– fue en la biblioteca de la facultad. El Luis iba subiendo la escalera y yo iba a bajar cuando nos topamos. Fue todo muy accidentado y muy ridículo (como casi todo lo que hoy hacemos: accidentado y ridículo). Desde ese momento comenzamos a frecuentarnos un poco más hablando ocasionalmente en los recreos y en las ventanas sobre las escasas cosas interesantes que teníamos para hablar. Una vez nos juntamos a conversar en los pastos que están al lado del cenicero, cuando eran bonitos y cuando todavía quedaba un poco de pasto, cuando no existía la escalera y cuando había huachos jugando fútbol en Calama y uno que otro turri fumando paraguas en las gradas, y sobre todo, sobre todo cuando existía Calama. Nos recuerdo nerviosos. Recuerdo una discusión tibia e inconducente sobre las marchas por la diversidad sexual. Ahora pienso que quizás no fue tan inconducente. A fin de cuentas, fue esa la primera vez que discutimos, de manera muy rudimentaria y con las escasas herramientas que traíamos desde nuestro origen social, sobre algo-así-como una dimensión política de la sexualidad. Lo cual no deja de ser. En otra oportunidad, durante ese mismo año, nos juntamos en el Parque San Borja. Estábamos en una banca, éramos unos polluelos y hacía frío. Hoy pienso esa escena con alguna canción de la Javiera Mena de fondo. Esa vez, los dos nos encontramos con ex compañeros zorrones del colegio que habían triunfado y que ahora estaban estudiando en la Facultad de Economía. Y nosotros ahí, tirados en la banca, constatando nuestro fracaso: por colas, por pobres, por ambas cosas juntas.
Me cuesta explicarme cómo llegamos desde ese punto hasta ahora. Las cosas se sucedieron de manera muy vertiginosa. En el 2010, cuando dejó de ser tema el asumirse cola en la universidad, y habiendo realizado algunas reflexiones menos toscas que antes sobre lo mismo, comenzamos a participar en actividades feministas (y algunas no tanto, cabe destacar) y en una que otra marcha. Sin cachar mucho para dónde iba la micro, fuimos tanteando el terreno y nos pegamos varios tropezones. Nos empezábamos a formar a tientas, pero ya no había vuelta atrás. En el 2011 (¿y cómo íbamos a saber esto en el 2009, cuando conversamos al lado del cenicero, cuando nos juntamos en el San Borja?) formamos junto a otres compañeres una organización feminista en nuestra facultad, sin mucha más teoría que la que nos había entregado la práctica. Paralelamente, comenzamos a participar activamente en la política de la facultad, cosa que hasta entonces no habíamos hecho sino de manera esporádica. Lo demás llegó solo y sin avisar: las extensas movilizaciones estudiantiles, los talleres en colegios, las experiencias con otras organizaciones, la renuncia del Luis a su carrera (que importó pero no tanto porque ya no había vuelta atrás), un 2012 complicado (aunque ya no había vuelta atrás) y un 2013 en el que, estando en momentos muy disímiles de nuestras vidas, nos reencontramos en la militancia como compañeros en una incipiente organización.
Han cambiado varias cosas desde el lejano 2009. El pasto que nos cobijó por primera vez está cruzado desde hace unos dos años por construcciones del Proyecto Bicentenario, y Calama dejó de existir. No sé qué será del San Borja, pero supongo que los fanáticos de Harry Potter ya no se juntan a hacer magia ahí, y desconozco si los zorrones de la FEN siguen trotando por el parque. Para bien o para mal, ninguno de nosotros dos continúa estudiando en Filosofía. Para bien o para mal, ninguno de los dos nos parecemos a lo que fuimos en el 2009. Para bien o para mal, seguimos siendo amigos. Pero además somos compañeros, feministas, soñadores, antiimperialistas, libertarios. Y sin embargo, yo nunca me voy a olvidar (más bien, nunca me quiero olvidar) de esos dos cabros chicos que se encontraban esporádicamente en los pasillos de Filosofía, que no teniendo idea de nada y a partir únicamente del tacto llegaron hasta acá, donde ya no hay vuelta atrás y donde sólo queda seguir cambiando y seguir luchando. “Al fin y al cabo”, dice el viejo Galeano, “somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.

5 de enero de 2014

sábado, 2 de marzo de 2013

En memoria de Daniel Zamudio

El 2 de marzo nos duele a los colitas. Nos duele como si la agresión a Daniel Zamudio hubiese sido anoche, como si hubiésemos estado ahí con él en el Parque San Borja, viendo su cuerpo maltratado por un grupo de neonazis. El 2 de marzo nos duele porque el ataque a Daniel lo sentimos nuestro, porque muchos de nosotros también hemos sido insultados, escupidos y golpeados por no ser heterosexuales. Al morirse Daniel, un pedacito de nosotros también se muere. 
El asesinato de Daniel trajo consigo la tramitación express de una Ley Antidiscriminación absolutamente insuficiente, punitiva, carente de un programa de políticas públicas efectivo contra la homo/lesbo/transfobia, y cuya única utilidad hasta el momento ha sido calmar las aguas en la opinión pública y traer réditos políticos al gobierno. Baste recordar que el entonces ministro del interior, Rodrigo Hinzpeter, el mismo que ejecutó una política sistemática de represión a la protesta social, dijo que se había sentido "discriminado" cuando fue a visitar a Daniel a la Posta Central porque le gritaban "judío". Más allá de lo cierto o lo falso que pueda ser, sabemos de sobra que la victimización es una estrategia muy efectiva del poder para desacreditarnos. 
Todxs matamos a Daniel Zamudio. Lo matamos día a día a través de la burla, del escarnio y la indiferencia, que no son sino formas encubiertas de violencia que a veces duelen incluso más que las escaras que deja un cigarrillo apagado en la piel. Una vez muerto, lo seguimos matando también a través de la sobreexplotación y utilización política de su imagen, y terminamos de matarlo al hacer que su muerte pase al olvido. Sin embargo, no sólo a él lo ultrajamos. Daniel es sólo la cara visible de una seguidilla de agresiones a personas no heterosexuales durante el año 2012, de las que nadie se hizo cargo. Sólo por mencionar algunas (sin nombrar los múltiples casos de agresión policial): en julio, Valeska Salazar, de apenas 16 años, fue apuñalada en Santa Juana por ser lesbiana, y una pareja de lesbianas fue brutalmente agredida en un pub de San Bernardo; en septiembre, un grupo de personas atacó a Camila, una joven transexual, en Ancud, y un sujeto en Valparaíso apuñaló a Cristina, una mujer trans que se encontraba ejerciendo el comercio sexual y que ya había sido agredida durante el 2011. Todxs estxs compañerxs fueron atacados después del asesinato de Daniel y la Ley Antidiscriminación, como resulta evidente, fue inútil a la hora de prevenir estas agresiones. 
Una de las cosas que a mí como persona no heterosexual y como sujeto de izquierda más me duele, es que a un año de la agresión a Daniel Zamudio nada ha cambiado. Seguimos sintiéndonos vulnerables cuando salimos a comprar el pan, o cuando volvemos a la casa después de un carrete, o cuando vamos a marchar. El riesgo de que nos violenten sigue ahí, y es potenciado día a día a través de gestos aparentemente tan nimios como escribirle "me gusta el pico" al amigo que se le queda abierto el Facebook o reírse de una rutina de chistes sobre el SIDA en el Festival de Viña. Porque la "talla buena onda", querámoslo o no, también reproduce ideologías. Y nosotrxs, al aceptar esa forma supuestamente inocua de humor hacia lxs oprimidxs, contribuimos a la reproducción de esas ideologías.
A lo mejor si Daniel siguiera vivo también se habría reído con los chistes de Tony Esbelt o Memo Bunke. De haber sido así, yo no lo culparía. Es el sistema el que nos hace naturalizar la violencia y sentirnos culpables de nuestra forma "anómala" de vivir nuestra sexualidad. Quizás, y a raíz de lo mismo, Daniel en algún momento se avergonzó de no encajar en las exigencias de normalidad gay del patriarcado. Al parecer nosotrxs también nos avergonzamos de ello, ya que en todos los afiches y en todas las pancartas que le hicimos, escogimos las fotos en las que se veía más "normal", más "hombre". 
Pienso en muchas cosas cuando pienso en el asesinato de Daniel Zamudio. Pienso en lxs miles de compañerxs no heterosexuales asesinadxs a lo largo de la historia, y pienso también en lo horrible que es el que se necesiten mártires para que avancemos en la consecución de nuestras demandas. Yo no quiero más vejaciones hacia las personas heterosexuales. Por lo mismo, a un año de la agresión a Daniel Zamudio y a casi un año de su posterior deceso, quiero que esta muerte dolorosa nos sirva para reflexionar varias cosas. A reflexionar, entre otras cosas, sobre cuánto del fascismo que lo mató tenemos en nuestra cabeza, y sobre la (im)pertinencia de confiar en el poder para lograr los cambios socioculturales que necesitamos. Porque lxs que aprobaron la Ley Antidiscriminación son, en el fondo, lxs mismxs que posibilitan la reproducción de la violencia sobre nuestros cuerpos a través de la ideología que sustentan. Y son también, por qué no decirlo, lxs mismxs que en agosto de 2011 mataron al estudiante Manuel Gutiérrez, y lxs mismxs que la semana recién pasada asesinaron al sindicalista Juan Pablo Jiménez.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Maipú, o el sueño americano que no fue


Hoy es diecinueve de diciembre y se supone que faltan dos días para el fin del mundo. Como antesala, hoy llueve en Santiago y las señoras de la capital ponen el grito en el cielo, cielo que se parte con los chubascos pronosticados para el día de hoy.
En Maipú, sin embargo, la lluvia es precaria. Precaria como tantas otras cosas en esta comuna: la vivienda, la educación, la salud (sobre todo, la salud). Y nos negamos su precariedad a cada instante en la pretendida y pretenciosa comodidad de nuestras casas pareadas de dos pisos, de nuestros pasajes protegidos por rejas, de nuestros barrios cada vez más seguros gracias a la caseta de guardia instalada en la esquina o en la plaza.

Llegué a vivir aquí a los cinco años, hace casi exactos diecisiete, un quince de diciembre de 1995. Antes con mi familia vivíamos en el Barrio Franklin, en una casa pequeña y pobre que hoy le pertenece a una tía. De lo poco que recuerdo, la casa era muy oscura y yo compartía con alguno de mis hermanos una de las piezas del fondo. En ese tiempo éramos cinco hermanos (se nos sumaría un sexto tres años después) y la casa no daba abasto, por lo que mis papás tomaron la decisión de cambiarse, buscando dejar atrás las modestas condiciones en que vivíamos. Postularon a un subsidio y vinimos a dar aquí, a esta casa ubicada cerca del paradero nueve de Pajaritos, que por entonces era una calle llena de árboles –aunque yo no podría dar cuenta de eso– y que a simple vista prometía a mi familia y a tantas otras familias una mejor calidad de vida.
Sin embargo, mis papás no encontraron nada de lo que estaban buscando, y yo creo que no lo saben. La casa nueva era mucho más bonita que la de Franklin, pero seguíamos viviendo hacinados y la familia seguía creciendo. En 1998 llegó a la casa mi hermano chico; dos años después nació mi primer sobrino, y así. Tuvimos que agrandar la casa, pero yo seguí compartiendo pieza con dos de mis hermanos hasta muy grande. Y la plata no alcanzaba, como tampoco alcanzaba cuando vivíamos en la comuna de Santiago. Pero nada de eso importaba, porque teníamos un mall cerca de la casa (aunque tuviera piso de madera), uno que otro supermercado y ya a fines de la década de 1990 se escuchaba fuerte el rumor de que llegaría el Metro hasta nuestras tierras. 

Hace algunos años, el suelo de madera del mall mutó en cerámica. Hoy el mall tiene dos pisos y se construyen varias tiendas que se inaugurarán, supongo, durante el próximo año. Hace poco, también, llegaron los bares y restaurantes caros, los expendios de sushi o de cualquier otra comida hip del momento, viniendo a desplazar tanto a la práctica de tomar en una cuneta o en una plaza como a las papas fritas de los bajones. El Metro llegó a Maipú con unos años de retraso. Con más de diez años de retraso, quizás. Poco importa. Los maipucinos sabemos esperar porque estamos acostumbrados. Llevamos más de veinte años esperando. La llegada del Metro y del comercio es la llegada del esperado progreso a nuestra comuna, pero un progreso del que nosotros no podemos sentirnos parte porque todas las mañanas subimos los tres (o cuatro) pisos de la estación Las Parcelas para viajar en condiciones inhumanas a nuestros destinos, y porque lo único que encontramos al venir a vivir aquí fue la libertad de consumir y de desperdiciar dinero que no tenemos en placeres burgueses más propios de Providencia que de acá. Maipú es la comuna ícono de una “clase media emergente”, o, dicho en feo, de pobres que alguna vez quisieron salir del hoyo en el que estaban metidos en sus comunas de procedencia. Por eso es una comuna que se blanquea y se niega constantemente a sí misma, porque a los maipucinos nos da vergüenza nuestro origen mugriento y roñoso, porque viviendo aquí creemos (más aun, queremos) ser tan normales como la gente de Ñuñoa. Pero sabemos que ni tan en el fondo –más bien en la superficie– somos otra periferia urbana más. Y el olor a pobre es algo que no se sale ni con ropa de marca ni con perfumes caros, mucho menos si estos son adquiridos con tarjeta de crédito en cuotas y con pago diferido. 

martes, 11 de septiembre de 2012

treinta y nueve onces

Muchxs van a reclamar mañana porque no tienen luz, porque llueven las piedras, porque estxs pendejxs andan puro hueveando, que qué se han creído, si ni siquiera estaban vivxs para el golpe, terroristas, deberían llevárselxs presxs a todxs. Igual que para el 29 de marzo, el "día del joven delincuente". 
Mi deseo es que se corte la luz cuanto sea necesario para que salgamos, aunque sea por un rato, de la comodidad burguesa en la que vivimos. Que se corte la luz ojalá por varias horas, y que durante esas horas sólo tengamos por iluminación el fuego de unos neumáticos quemándose. Y que ese fuego (junto a las piedras que llueven, junto al fascismo que flamea al viento en los techos de las casas en septiembre, junto al humo de las lacrimógenas esparcido por ese mismo viento) nos ayude a recordar que durante diecisiete años en este país se torturó, se asesinó y se hizo desaparecer a miles de compañerxs sólo por el hecho de querer construir una sociedad mejor. Y que también nos ayude a recordar (o a caer en la cuenta, según sea el caso) que en estos veintidós se ha profundizado el modelo económico y político que nos implantó la dictadura, y que, aunque de forma más velada, los vejámenes hacia compañerxs continúan. Baste recordar, por dar un nombre, a la compañera Claudia López, asesinada un 11 de septiembre de 1998, cuando ya habíamos "vuelto a la democracia". Con hartas comillas. 
A 39 años del golpe militar, es imposible dar vuelta la página. Es imposible porque las atrocidades que se cometieron en la dictadura están impunes, situación que la Concertación no se molestó en revertir, probablemente abogando por una ilusoria reconciliación nacional. Jamás habrá reconciliación mientras esos crímenes no se paguen. Y más aún, jamás habrá reconciliación alguna mientras sigan existiendo opresorxs y oprimidxs. No nos vamos a reconciliar con quienes nos han confinado históricamente a la miseria y a la sumisión. Menos si intentan hacernos creer que por haber votado NO en 1988 (si es que lo hicieron; otórguesenos el beneficio de la duda) están de nuestro lado. 

Otra cosa: mañana juega Chile, intento vano por hacer que el 11 sea un día como cualquier otro. Ojalá todxs tengamos presente que cada grito de gol, cada celebración, cada regocijo, es un festejo por esta patria fascista, por esa bandera cuyo color mayoritario no por nada es el rojo, porque está manchada de sangre de miles de compañerxs.

domingo, 22 de julio de 2012

venderla



me gustaría verte cerrando los ojos
durmiendo a guata pelá
(o pelúa, más bien)
roncando a mi lado en una cama de una plaza
en una habitación de 3x3
en algún motel pulguiento de la capital
o del puerto
o de ningún lugar al fin y al cabo

todo eso habría sido muy bonito.
tan bonito como aspirar el humo de una barricada un 24 de agosto
compartir un cigarrillo para pasar el frío
esperando a que llegaran los pacos (de verde);
verter cada cierto tiempo la tinta libertaria en las paredes de ñuñoa
(comuna ícono de la 'clase media profesional' y el activismo light)
cagándose de frío en esas noches de noviembre
-o quizás era septiembre u octubre
de repente es mejor olvidarse de esos detalles-;
inventar canciones ingeniosas y juegos de palabras
repetir frases de travestis
hacerse las ricas en las asambleas
reír por todo y quererse porque sí

todo eso habría sido muy bonito
si uno se demorara un poquito más en creer
o si simplemente uno no creyera
seguiremos siendo amigos, cliché universal
y calabaza calabaza, ____________ (complete la oración)
"seguiremos siendo amigos"
y yo, en mi pieza un domingo
habiéndote pensado semanas enteras
con hambre, sueño, pena y ganas de patalear
qué daría porque
(por lo menos)
el 'seguiremos' tuviera algo de verdad.