sábado, 2 de marzo de 2013

En memoria de Daniel Zamudio

El 2 de marzo nos duele a los colitas. Nos duele como si la agresión a Daniel Zamudio hubiese sido anoche, como si hubiésemos estado ahí con él en el Parque San Borja, viendo su cuerpo maltratado por un grupo de neonazis. El 2 de marzo nos duele porque el ataque a Daniel lo sentimos nuestro, porque muchos de nosotros también hemos sido insultados, escupidos y golpeados por no ser heterosexuales. Al morirse Daniel, un pedacito de nosotros también se muere. 
El asesinato de Daniel trajo consigo la tramitación express de una Ley Antidiscriminación absolutamente insuficiente, punitiva, carente de un programa de políticas públicas efectivo contra la homo/lesbo/transfobia, y cuya única utilidad hasta el momento ha sido calmar las aguas en la opinión pública y traer réditos políticos al gobierno. Baste recordar que el entonces ministro del interior, Rodrigo Hinzpeter, el mismo que ejecutó una política sistemática de represión a la protesta social, dijo que se había sentido "discriminado" cuando fue a visitar a Daniel a la Posta Central porque le gritaban "judío". Más allá de lo cierto o lo falso que pueda ser, sabemos de sobra que la victimización es una estrategia muy efectiva del poder para desacreditarnos. 
Todxs matamos a Daniel Zamudio. Lo matamos día a día a través de la burla, del escarnio y la indiferencia, que no son sino formas encubiertas de violencia que a veces duelen incluso más que las escaras que deja un cigarrillo apagado en la piel. Una vez muerto, lo seguimos matando también a través de la sobreexplotación y utilización política de su imagen, y terminamos de matarlo al hacer que su muerte pase al olvido. Sin embargo, no sólo a él lo ultrajamos. Daniel es sólo la cara visible de una seguidilla de agresiones a personas no heterosexuales durante el año 2012, de las que nadie se hizo cargo. Sólo por mencionar algunas (sin nombrar los múltiples casos de agresión policial): en julio, Valeska Salazar, de apenas 16 años, fue apuñalada en Santa Juana por ser lesbiana, y una pareja de lesbianas fue brutalmente agredida en un pub de San Bernardo; en septiembre, un grupo de personas atacó a Camila, una joven transexual, en Ancud, y un sujeto en Valparaíso apuñaló a Cristina, una mujer trans que se encontraba ejerciendo el comercio sexual y que ya había sido agredida durante el 2011. Todxs estxs compañerxs fueron atacados después del asesinato de Daniel y la Ley Antidiscriminación, como resulta evidente, fue inútil a la hora de prevenir estas agresiones. 
Una de las cosas que a mí como persona no heterosexual y como sujeto de izquierda más me duele, es que a un año de la agresión a Daniel Zamudio nada ha cambiado. Seguimos sintiéndonos vulnerables cuando salimos a comprar el pan, o cuando volvemos a la casa después de un carrete, o cuando vamos a marchar. El riesgo de que nos violenten sigue ahí, y es potenciado día a día a través de gestos aparentemente tan nimios como escribirle "me gusta el pico" al amigo que se le queda abierto el Facebook o reírse de una rutina de chistes sobre el SIDA en el Festival de Viña. Porque la "talla buena onda", querámoslo o no, también reproduce ideologías. Y nosotrxs, al aceptar esa forma supuestamente inocua de humor hacia lxs oprimidxs, contribuimos a la reproducción de esas ideologías.
A lo mejor si Daniel siguiera vivo también se habría reído con los chistes de Tony Esbelt o Memo Bunke. De haber sido así, yo no lo culparía. Es el sistema el que nos hace naturalizar la violencia y sentirnos culpables de nuestra forma "anómala" de vivir nuestra sexualidad. Quizás, y a raíz de lo mismo, Daniel en algún momento se avergonzó de no encajar en las exigencias de normalidad gay del patriarcado. Al parecer nosotrxs también nos avergonzamos de ello, ya que en todos los afiches y en todas las pancartas que le hicimos, escogimos las fotos en las que se veía más "normal", más "hombre". 
Pienso en muchas cosas cuando pienso en el asesinato de Daniel Zamudio. Pienso en lxs miles de compañerxs no heterosexuales asesinadxs a lo largo de la historia, y pienso también en lo horrible que es el que se necesiten mártires para que avancemos en la consecución de nuestras demandas. Yo no quiero más vejaciones hacia las personas heterosexuales. Por lo mismo, a un año de la agresión a Daniel Zamudio y a casi un año de su posterior deceso, quiero que esta muerte dolorosa nos sirva para reflexionar varias cosas. A reflexionar, entre otras cosas, sobre cuánto del fascismo que lo mató tenemos en nuestra cabeza, y sobre la (im)pertinencia de confiar en el poder para lograr los cambios socioculturales que necesitamos. Porque lxs que aprobaron la Ley Antidiscriminación son, en el fondo, lxs mismxs que posibilitan la reproducción de la violencia sobre nuestros cuerpos a través de la ideología que sustentan. Y son también, por qué no decirlo, lxs mismxs que en agosto de 2011 mataron al estudiante Manuel Gutiérrez, y lxs mismxs que la semana recién pasada asesinaron al sindicalista Juan Pablo Jiménez.