"¿Qué es la vida? Un frenesí."
Pedro Calderón de la Barca
Siéntase al borde de la cama, al borde del abismo, al borde del borde.
Lápiz y papel, crónica flaitonga, deprexcore, la pobreza del espíritu que se condice con la pobreza material de la Villa Los Claveles, y el incesante reggaeton de las casas aledañas, y el Jose que llama al Pato y el Pato que llama al Jose y el Jose que llama al Pato (un amago de amistad condicionado por el alcoholismo en masa que envenena los hígados y destruye las familias del pasaje La Loica), y el pito y la coca, y la Coca con su local clandestino de venta de alcohol, y los pendejos que tocan el timbre para preguntar puras hueás, y el pendejo encerrado en su pieza sentado al borde del abismo, al borde del borde, al borde de la nada y al borde del colapso y de las lágrimas que no quieren salir porque el pendejo es fuerte o aparenta serlo. Pendejo llorón freak cagado de la cabeza pobre destrozado que se descarga en la lectura obligatoria para el plan común de Lenguaje. Pendejo sumido en la tristeza y en el reggaeton y en el callampeo vecinal que acontece a diario en esa franja de territorio larga y angosta que no es Chile, donde todo es copete y distorsión, donde el núcleo de la sociedad no es la familia porque apenas las hay, y si las hay, están tapadas en deudas escolares producto de estafas comerciales (y considérese que el Centro de Padres y la Universidad no se pagan con Tarjetas Más), y pierden dos meses de sueldo pero ganan dos meses de desesperación y endeudamiento hasta el pico y el hoyo y el punto G y la garganta llena de semen eyaculado por el pene extra largo y grueso de la economía social de mercado y la educación monopolizada; eyaculación infecciosa que te llena de enfermedades de transmisión social y que no es tibia sino fría como la noche en el Desierto de Atacama (y es que te cagai de frío, conchetumare). Por mientras busca inútilmente el oasis, entre arena por montones y montones de lágrimas reprimidas por los ojos que las tienen en cautiverio porque el orgullo de pendejo las retiene en mala.
Y la conchetumare, y la tristeza y la pobreza y el trastorno psicológico que por fortuna no llega porque el pendejo no es tan ahueonao. Y luego es el renacimiento, el ensalzamiento, el vaivén, el balancín de la plaza del barrio, vaivén, va-y-vén, va y viene el vaivén; aliteración del alma que vuela metafórica por la dulce sinestesia del oído, y es la anáfora y es la crisis que acecha a la familia de clase media, de clase media rara, de clase media freak, media naranja, media entera; clase entera, familia de clase entera, la familia de clase entera.
Y al otro día el pendejo se levanta, se sale del borde, del borde del borde y la cresta de la ola y la concha de tu hermana, y es entonces el éxtasis del alma; entonces es catarsis y vaivén otra vez, y es la vida que vuela a propulsión desgarrando los cielos tapados en smog capitalino, y es la vida y la muerte; no, es la vida sin la muerte, la vida sola, la vida misma, la vida en vida: la vida.
Lápiz y papel, crónica flaitonga, deprexcore, la pobreza del espíritu que se condice con la pobreza material de la Villa Los Claveles, y el incesante reggaeton de las casas aledañas, y el Jose que llama al Pato y el Pato que llama al Jose y el Jose que llama al Pato (un amago de amistad condicionado por el alcoholismo en masa que envenena los hígados y destruye las familias del pasaje La Loica), y el pito y la coca, y la Coca con su local clandestino de venta de alcohol, y los pendejos que tocan el timbre para preguntar puras hueás, y el pendejo encerrado en su pieza sentado al borde del abismo, al borde del borde, al borde de la nada y al borde del colapso y de las lágrimas que no quieren salir porque el pendejo es fuerte o aparenta serlo. Pendejo llorón freak cagado de la cabeza pobre destrozado que se descarga en la lectura obligatoria para el plan común de Lenguaje. Pendejo sumido en la tristeza y en el reggaeton y en el callampeo vecinal que acontece a diario en esa franja de territorio larga y angosta que no es Chile, donde todo es copete y distorsión, donde el núcleo de la sociedad no es la familia porque apenas las hay, y si las hay, están tapadas en deudas escolares producto de estafas comerciales (y considérese que el Centro de Padres y la Universidad no se pagan con Tarjetas Más), y pierden dos meses de sueldo pero ganan dos meses de desesperación y endeudamiento hasta el pico y el hoyo y el punto G y la garganta llena de semen eyaculado por el pene extra largo y grueso de la economía social de mercado y la educación monopolizada; eyaculación infecciosa que te llena de enfermedades de transmisión social y que no es tibia sino fría como la noche en el Desierto de Atacama (y es que te cagai de frío, conchetumare). Por mientras busca inútilmente el oasis, entre arena por montones y montones de lágrimas reprimidas por los ojos que las tienen en cautiverio porque el orgullo de pendejo las retiene en mala.
Y la conchetumare, y la tristeza y la pobreza y el trastorno psicológico que por fortuna no llega porque el pendejo no es tan ahueonao. Y luego es el renacimiento, el ensalzamiento, el vaivén, el balancín de la plaza del barrio, vaivén, va-y-vén, va y viene el vaivén; aliteración del alma que vuela metafórica por la dulce sinestesia del oído, y es la anáfora y es la crisis que acecha a la familia de clase media, de clase media rara, de clase media freak, media naranja, media entera; clase entera, familia de clase entera, la familia de clase entera.
Y al otro día el pendejo se levanta, se sale del borde, del borde del borde y la cresta de la ola y la concha de tu hermana, y es entonces el éxtasis del alma; entonces es catarsis y vaivén otra vez, y es la vida que vuela a propulsión desgarrando los cielos tapados en smog capitalino, y es la vida y la muerte; no, es la vida sin la muerte, la vida sola, la vida misma, la vida en vida: la vida.
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