domingo, 16 de noviembre de 2008

Latentis

Cuando los latidos ajenos los sientes en tu propio corazón, es inútil ponerse cualquier tipo de impermeable. Esos latidos, el sentir, se filtran se funden se con-funden; el impermeable se vuelve permeable, inpermeavle, meable, lleno de meados provenientes de la irrigación sanguínea de aquellos especímenes que ahora más que nunca sientes como si fueran parte de tu organismo, como si fuesen tus pulmones que te dan el aire a pesar de que están intoxicados,

No, no tengo ganas de escribir.
La tristeza puede más, ¿por qué nunca puedo hacer demasiado en este estado? Creo que soy lo contrario a muchos poetas, y eso me hace sentir no sé si bien o mal, pero distinto y marginado. ¿Por qué el arte ha de ser la expresión del alma de los eternos depresivos? Soy un "artista" feliz, ¿soy menos "artista" por ello?
Mi cabeza tiembla, hace calor y un dulce de manzana se deshace entre mis dientes, ¿soy menos "artista" por ello? La pregunta me da vueltas aunque sé que es estúpido porque conozco la respuesta, es tan difícil guiarse por principios morales propios, no preocuparse nunca más del qué dirán y empezar a ser uno mismo, empezar a vivir de una vez por todas la vida que siempre quisimos vivir, la vida. Allí afuera hay pajaritos, pero son cerca de las seis de la tarde. Es extraño, siempre los escucho por las mañanas, pero no a las seis de la tarde y con tanto sol. Y la tristeza puede más, la tristeza, el distanciamiento, ¿por qué nunca puedo hacer demasiado en este estado? ¿Expresar lo más hondo, lo más puro, aquello que no pude decir a quienes debí? ¿He de perder dos años por mi abstracción y estupidez? No. La tristeza no puede más, yo puedo más porque yo soy el artista y la manipulo a mi antojo pues, don Vicente, afrancesado y la conchadetumadre, lamebotas de París y de sus vanguardias forzadas. Me pican las manos, difícil rascarlas mutuamente, hace falta una tercera mano que facilite un poco la tarea. Dos manos más si fuese posible (aquí hago una pausa; rasco mi mano izquierda); a ratos quiero llorar, llorar eternamente, pero es tan difícil para mí hacerlo, no lo entiendo, y eso que antes lloraba tanto. ¿Pero es menester llorar? Sí, por supuesto, es mejor que tener este nudo culiao en la garganta, en la cabeza y en el corazón sobre todo, mi corazón hecho un nudo que impide el paso de la sangre y que me hace convulsionar, estoy palideciendo, poco a poco, hasta que llegará el momento en que me convierta en tierra levantada por una escoba, apenas un atisbo de lo que alguna vez fue Mauricio Alejandro Díaz González, hombre de 18 años, que sólo desea cerrar sus ojos y sentir que varias manos se posan sobre las suyas, quedándose allí por siempre, muchísimo más allá de lo acotado por esas paredes que lo albergaron de manera tan hostil durante esos millones de años de voluntario/involuntario claustro.



(Por favor, no dejen que el territorio acotado por esas paredes sea el único posible para hacer germinar esa hermosa semilla que sembramos adentro. No me dejen nunca...)